Comentario
La Guerra de los Cien Años se inició en Flandes. En febrero de 1340 los ingleses realizaron allí un desembarco, y en junio barrieron a la flota francesa. Pero la gran ofensiva se inició en 1346, cuando las tropas inglesas desembarcaron en Saint-Vaast, avanzaron rápidamente hacia el interior y luego se desviaron al norte, cruzando el Somme. En Crécy, ocuparon excelentes posiciones en espera de la caballería francesa, que venía a su alcance. El 26 de agosto de 1346 se producirá la gran batalla.
El rey inglés Eduardo III situó a su ejército entre los pueblos de Crécy y Wadicourt. Por la tarde, mientras los soldados ingleses comían, estalló una tormenta, que descargó un fuerte aguacero. Cuando volvió a brillar el sol, Eduardo III pudo ver al ejército francés desplegado: 40.000 hombres avanzando hacia las líneas inglesas en largas y compactas líneas erizadas de armas que centelleaban al sol. Allí estaba la mejor caballería pesada del siglo, flor y nata de la nobleza de Francia y centenares de famosas lanzas, llegadas de media Europa; allí, también, la reputada infantería francesa y 6.000 mercenarios genoveses, los mejores ballesteros de la época, que marchaban al frente.
Su avance, marcado por el redoble de los tambores y las fanfarrias de la trompetería, infundía pavor, pero los ingleses, aunque apenas sumaban 17.000 hombres, habían preparado minuciosamente la batalla, disponían de un terreno favorable y de un arma secreta: unos 9.000 arqueros muy especiales.
Eduardo III colocó en el centro a su caballería desmontada, 4.000 lanzas, oponiendo al enemigo una muralla de puntas de hierro; a su lado, unos 4.000 peones y en las alas, los arqueros, protegidos por filas de estacas hincadas oblicuamente en la tierra y terminadas en afiladas puntas.
Cuando ambas formaciones se hallaban a unos 250 metros, Eduardo III ordenó a sus arqueros que disparasen contra los ballesteros enemigos.
Un silbido siniestro rasgó el aire de aquella tarde de agosto y una nube de flechas cayó sobre los ballesteros genoveses, que no esperaban el ataque a distancia tan larga, ni semejante ritmo de disparo: "El cielo se oscureció y parecía que granizaba", dice la Crónica de Froissart. Al parecer, las ballestas, con las cuerdas mojadas por la reciente lluvia, carecían de fuerza para alcanzar a los arqueros, que durante la tormenta habían tenido el arma en sus fundas y bien protegidas sus cuerdas. Los mercenarios genoveses quedaron desbaratados y en fuga en apenas tres o cuatro minutos, estorbando en su desorganización a los caballeros, que fueron el siguiente blanco. Bestias y hombres -algunos clavados a sus monturas por las flechas- cayeron en confuso desorden ante las líneas inglesas.
De nada valieron sus intentos de reorganizarse, ni las dieciséis cargas sucesivas de aquellos caballeros que se negaban a reconocer su impotencia. En el campo verde de Crécy quedaron tendidos, cosidos por las saetas, los primeros caballeros de Francia, unos 1.800, junto con 4.000 escuderos procedentes de casas nobiliarias. Aquel día no hubo casa importante de Francia que no se viera vestida de luto, dice un cronista de la época; allí comenzó el declive de la caballería nobiliaria, tan valerosa como indisciplinada e ineficaz ante formaciones profesionales.
La victoria en Crécy dio a Inglaterra el control de Calais y la convirtió en una nación militar. El triunfo inglés se debió no sólo a la mejor conducción y disciplina de las tropas, sino también a su uso del arco largo, un arma eficaz, que permitía a cada arquero disparar hasta diez flechas por minuto.